domingo, 16 de septiembre de 2012

Transporte público


Uno de los inconvenientes de mi reciente cambio de trabajo son los kilómetros de más que me toca recorrer cada mañana. Trabajar cerca de casa es una de esas cosas que no valoras lo suficiente hasta que no lo tienes. Antes, en escasos 15 minutos conseguía llegar sin despeinarme al trabajo y aparcar en el parking de la empresa sin tener que pisar la calle, así que podía ir con taconazo e incluso sin abrigo porque prácticamente era como pasar de la habitación al salón (sí, quizá sea algo exagerado…).

Este cambio hizo que tuviera que enfrentarme a una de las cosas más terribles para las personas que se han aburguesado con el tiempo: volver al transporte público. Después de 8 años yendo en mi coche, calentita en invierno y fresquita en verano, escuchando la radio a mis anchas y soltando algún taco a los conductores desconsiderados, volver a  coger el tren-metro-autobús me suponía todo un reto. Y eso que toda mi vida he ido tan feliz en la línea 6 bien estrujadita por personal de todo tipo, pero una vez que te acostumbras a lo bueno…

En fin, el primer día (en pleno invierno) me pertreché con mi plumas hasta los pies, comprado para la ocasión, y con el ánimo a tope. Tras 15 minutos esperando el tren, los ánimos cayeron víctimas de la congelación, menos mal que en el tren se va calentito y que, salvo por la música estridente de mi compañero de asiento, pude leer para pasar el rato.

Otro cantar es el metro. Es imposible leer e incluso intentar estirar mínimamente los brazos en hora punta. Debe ser por eso que a la gente le da por bostezar sin taparse la boca, es decir, que te bostezan en la cara, aturdiéndote con ese leve (digo leve por no decir apestoso) alientillo mañanero que se te mete hasta el tuétano. Otro de esos momentos en los que me pregunto por qué no trabajo en casa.

Diez minutos en coche hasta la estación, cinco paradas de tren, dos transbordos de metro y un paseíto para llegar a la oficina. Tiempo empleado: 1hora 10 minutos (todo ello si no hay una avería, corte de luz o huelga de algún tipo). Energía empleada: toda. Ganas de empezar a trabajar: ninguna.

Si llegaba ya cansada al trabajo, no os cuento como llegaba a mi casa por la noche. Debe ser culpa de la edad porque a los 20 cogía 7 metros, me bostezaban en la cara, me apretaban contra la barra del tren, me empujaban en la salida, se estropeaban las escaleras mecánicas y se ponía a llover de repente y llegaba a casa con una sonrisa y sin protestar. ¿Qué me pasa? ¿Me he carmenlomanizado? ¿Necesito comodidad absoluta para poder funcionar?

Ante la perspectiva de que me echaran del trabajo por bajo rendimiento abordé el problema como pude: me compré una moto. Puede que sea fruto de la crisis de los 30, quién sabe, si a los 50 a los hombres les da por comprarse un descapotable quizá a los 30 a nosotras nos dé por motorizarnos. El caso es que no puedo estar más contenta; es cierto que en los primeros trayectos iba con el culo apretado y los brazos tiesos y puede que hiciera algún movimiento temerario que jamás confesaré, pero después de un par de meses de práctica me siento la reina de la carretera con mi scooter de 125. Tiempo empleado: 30 minutos. Energía empleada: escasa. Ganas de empezar a trabajar: ninguna (sí, puede que esto no fuera culpa del transporte….).

No hay comentarios:

Publicar un comentario