jueves, 31 de marzo de 2011

El carné de conducir y otras odiseas

Mi amiga Ana ha suspendido hoy, una vez más, el carné de conducir. La pobre se ha presentado varias veces y nada, que no hay manera, cuando no es un ceda el paso es la invasión del carril contrario, pequeñas menudencias. Aunque está pensando en tirar la toalla la hemos animado para que no lo deje, que después del tiempo y el dineral invertido no es plan de quedarse a medio camino.

Espero que este post no le sirva a alguno para soltar el comentario fácil de “es que a las mujeres os cuesta más…” porque para ejemplo el de mi amigo José que aprobó a la séptima habiendo dado más de 95 clases. ¡Ole mi José! Y que después de aprobar no condujo nunca más...

Yo me saqué el carné hace varios años pero me acuerdo perfectamente de las clases y el examen (digo el examen porque tuve la suerte de aprobar a la primera, aunque con las clases que dí —muchas menos que José— no creo que tenga mucho mérito…), es como las historias de la mili, todos podemos contar anécdotas de nuestros días como estudiantes de autoescuela y lo raros que eran nuestros profesores. Porque ¿quién no ha tenido un profesor de autoescuela “peculiar”?

El mío me llamaba cielo continuamente, algo que no podía soportar (soy así de rancia) y me tocaba la rodilla cada vez que quería que cambiara de marcha. Además, amenizaba las clases con un CD de Julio Iglesias y de vez en cuanto se arrancaba a cantarme el “Me va, me va, me va”. El de mi amiga Gemma, sin embargo, le gritaba sin parar, así que la pobre no daba ni una y no me extraña. Desde luego no era una técnica muy pedagógica y no consiguió aprobar hasta que cambió de profesor. Quizá ese era su objetivo, ponerla nerviosa para que siguiera pagando clases y exámenes, menudo pájaro.

En mi familia ahora es mi hermano el que está intentando sacarse el carné (miedo me da), aunque mi madre lleva 20 años diciendo que este año se apunta a la autoescuela, que ya está bien, que así no la tiene que llevar nadie, que se va a comprar un coche, que si le vendo el mío… en fin, que al final se compra un patinete y arreando.

Algunas veces he soñado que por no sé qué problema administrativo tenía que volver a examinarme porque mi carné no servía. Menuda pesadilla, creo que en ese caso renunciaría al coche y me compraría un caballo que, además, queda muy elegante. Es como si ahora me dijeran que me falta un crédito para terminar la carrera, pues mira, no creo que a estas alturas importe mucho si si terminé o no… lo que tengo claro es que a mi no me vuelven a ver el pelo por la facultad.

miércoles, 30 de marzo de 2011

No me gusta el vino

Debe ser que mi círculo de amistades está madurando porque últimamente cada vez que como con gente me atormentan con lo mismo “¿qué no te gusta el vino? Pues no sabes lo que es disfrutar de la vida”. Claro que sí, ¡porque sin vino no hay alegría! Sé que para los amantes del zumo de uva, que me tome un chuletón con Coca-Cola puede parecer delito, pero si yo disfruto como la que más no entiendo cuál es el problema.

Mi compañera Pilar, navarra y amante del buen vino, me dice que no lo he probado suficiente, que a su marido antes tampoco le gustaba pero a base de beberlo… Así que tengo que tomar algo que no me gusta hasta conseguir que me guste… ¿con qué objetivo? Formar parte de este club de catadores profesionales que me rodea. No sé yo si me compensa.

Hasta la fecha he hecho varios intentos para que me guste, por si acaso me pasa como al marido de Pilar y un día lo pruebo y me quedo maravillada. Sin embargo, por más que mis amigos se empeñan en decirme “prueba éste que es más suave y te va a gustar”, nada, que me saben todos igual, es decir, mal. De la única manera en la que me gusta es en forma de sangría, con mucho azúcar, ¡eso sí es una bebida!

Aquí, los entendidos, dicen que el vino es una bebida que se aprecia con la edad, así que es la excusa perfecta para creer que aún soy joven. De todas formas, al margen de que les guste, creo a veces lo utilizan para tirarse el rollo. Mi amiga Violeta ya me ha contado siete veces lo mucho que le gustó el curso de cata de vinos que hizo en la Ribera del Duero (en su pueblo, vaya) y la botella de no se qué (un vino muy bueno que no me acuerdo cómo se llamaba) que le regalaron y que disfrutó junto a una pieza de queso viejo curado. Bah, dame una coca-cola fría y una bolsa de patatas y me río yo de tu vino tinto. También me gustan mucho las cocinas o salones (ya no digamos las casas con bodega propia) en las que se exhiben decenas de botellas llenas de polvo. “Nuestra bodega es una maravilla, hay piezas (querrás decir botellas!) de 1920”. Eso no es una maravilla, es una guarrería, ¿no se les puede pasar un pañito? ¿El vino pierde su aroma y su sabor si las botellas están limpias?

Además, últimamente se ha puesto de moda visitar bodegas en grupo donde te dejan probar distintas variedades; vamos, un botellón para mayores y bajo techo. Es muy bonito ver a un grupo de señores (dícese de las personas de 40 en adelante, sin hacer sangre) volver en autobús cantando Asturias patria querida con las mejillas encendidas y la risa floja. Desde luego contentos vuelven, a ver si va a tener razón Pilar y no sé lo que es disfrutar de la vida…

martes, 29 de marzo de 2011

Operación bikini

Como todos los años, esta vez también llego tarde a la operación bikini. Ya estamos casi en abril y aún no he puesto en marcha mi perfecto plan para lucir tipazo este verano. Como la constancia nunca ha sido mi fuerte, ir regularmente al gimnasio, comer sano y esas cosas que hacen los raros no son para mí. Yo prefiero hacer como cuando estudiaba, disfrutar todo el año y matarme a estudiar en la época de exámenes. Así que llevo todo el año sin preocuparme de esa especie de semiculo que me está saliendo a modo de mollete, moviéndome más bien poco y sin saltarme el Big Mac de los domingos (el mejor momento de la semana).

Me di cuenta de que otra vez me pillaba el toro cuando hace un par de fines de semana salió el sol y me acordé de la ropa de verano y su escasa tela y me entró pánico escénico al imaginarme en shorts así de repente. Pero como más vale tarde que nunca he hecho acopio de las cremas anticelulíticas (no es que yo tenga… es por si acaso…) más prestigiosas del mercado (bueno, las que podía comprar sin arruinarme), he decidido desterrar hasta septiembre la pizza y demás saturados (no me lo creo ni yo) y esta misma tarde inicio un plan de choque contra las cartucheras a base de sentadillas y zumo de piña, que dicen que es depurativo.

Basándome en experiencias anteriores, he de decir que la confianza en mi misma es escasa. Hace poco decidí salir a correr tres veces a la semana 30 minutillos para estar en forma y lucir lozana este verano. Bien, después de media hora preparándome (chándal, zapatillas, el Ipod con lo último de lo último…), a los tres minutos de reloj ya no podía con mi alma. ¿Será que no estoy diseñada para el deporte? ¿Me faltará una encima o algo así? En fin, que ahí terminó mi carrera como atleta de maratón. También me compré una colchoneta de esas de yoga con la firme convicción de hacer abdominales a diario para que mi estómago pareciera una tabla. Menos mal que fui prudente y me compré la más barata porque ahí está muerta de risa, los dos euros y medio peor invertidos de mi vida…

Pero obviando estos fracasos deportivos, los próximos tres meses tienen que ser suficientes para la puesta a punto. Esta vez estoy totalmente concienciada y no pienso desviarme del objetivo: vientre plano y culo prieto.

Los deportistas natos pensarán que en tres meses no puede conseguirse lo que ellos llevan haciendo un año entero (o más) y, aunque puede que tengan razón, no conseguirán que abandone mi intensa campaña anti-molletes. Con motivación (y unas cuantas sesiones en el centro de estética de mi barrio) todo es posible!

lunes, 28 de marzo de 2011

Limpieza general


El fin de semana suele ser momento de limpieza general. En mi caso, más que general, la limpieza se limita a recoger todos los trastos acumulados durante la semana por toda la casa y despedirme de las pelusas que me han acompañado en los últimos días y a las que empezaba a coger cariño. 

Desde luego no soy una gran ama de casa, pero me consuela saber que no soy la única que antepone cualquier cosa a pasar la aspiradora. Digo esto porque este fin de semana estuve comiendo con unas amigas y estuvimos intentando convencer a la única que queda por independizarse de las ventajas de la vida emancipada. Como única desventaja coincidimos en que desafortunadamente cuando vuelves a casa no está todo limpio y recogido como pasaba antes, ahora te toca hacerlo a ti. Nuestro grupo estaba dividido, porque mientras Natalia, reconocida maniática de la limpieza, tiene la casa como recién estrenada y sus muebles no saben lo que es el polvo, Gemma y yo, en el lado opuesto, más que limpiar optamos por disimular lo sucio, que si lo piensas bien, lleva más trabajo que limpiar a fondo.

Desde luego, las prioridades de cada uno son claves, y es que Gemma es capaz de lavar toda su ropa a mano para que no se estropee ni un poquito pero, sin embargo, en lugar de lavar las cortinas del salón, las tira y compra otras. Tengo que reconocer que me parece una buena solución, práctica y efectiva, sí señor. Cuando el estupor de Natalia con nuestros comentarios sobre la no-limpieza alcanzaba su máxima expresión, pasamos al tema de la plancha. Yo hace tiempo que he optado por no planchar y ponerme sólo aquello que no se arruga, lo que ha limitado un poco mi vestuario. El truco es evitar las camisas y los vestidos emperifollados y desarrollar una cuidada técnica para tender estirando bien cada prenda. Sobre tender la ropa, nos contó Natalia que tenía unos amigos aún más maniáticos con el orden, y es que esta pareja tiende los calcetines por parejas y colores ¡los tienden ordenados! y los míos no están ordenados ni en el cajón... no sería la primera vez que me pongo un calcetín de cada color porque no encuentro la pareja (sólo cuando no se ven, que una tiene una reputación).

Entre la limpieza, la plancha y la cocina (donde los platos precocinados, los cereales y los sándwich de jamón y queso centran nuestras especialidades) quedó claro que el premio al ama de casa del año no sería para nosotras, aunque no creo que a ninguna le importe demasiado. Lo que está claro es que a pocos meses de cumplir los 30 la vida de “los mayores” todavía no es para nosotras. Ahora me pregunto cómo mi madre, a mi edad, era capaz de hacer todo eso y lidiar con tres salvajes sin quejarse (bueno, a veces si se quejaba), qué poco valoramos el trabajo de nuestras madres. Mamá, este domingo voy a comer seguro!