lunes, 21 de marzo de 2011

Reuniones familiares

Este fin de semana he "disfrutado" de una de mis apreciadas reuniones familiares. En mi casa, el día del padre se suma a algún otro cumpleaños con lo que la celebración es aún mayor. Si comer con mis padres los domingos es a veces una actividad de riesgo, sumarle el resto de mi gritona familia (desde el cariño) puede hacer que el día sea casi mortal.

Es curioso ver como nuestros padres ya no se comportan con nosotros como cuando vivíamos en casa, ahora son mucho más simpáticos (yo creo que es su estrategia para que les demos nietos). Lo que antes eran malas caras y gritos para que pusieras la mesa, ahora son palabras amables y múltiples atenciones. Parece como si quisieran agradarte para que vayas más a menudo; lo que los pobres no saben es que la cantidad de visitas es directamente proporcional al número de tupper con comida casera que podemos llevarnos.

En una celebración como la de este fin de semana esas atenciones alcanzan su máxima expresión: mi madre saca la cubertería fina y las servilletas de tela, lo que muestra la importancia del evento, e improvisa exquisiteces culinarias nunca antes vistas y que nunca más volveremos a ver. Durante la comida, mi madre intenta sonsacarnos algún tipo de novedad en nuestras vidas: que si algo nuevo en el trabajo, que si la casa, amigos, novias/os... Pero nada, mis hermanos y yo somos expertos en cambiar de tema y salirnos por peteneras. "Estos niños nunca me cuentan nada" le dice siempre a mi padre, que mientras el teledeporte siga estando ahí, lo demás no le altera lo más mínimo. Otra costumbre muy habitual es que cuando llega el resto de familia mi madre y mis tías empiezan a hablar de nosotros como si no estuviéramos delante y si les dices que les estás escuchando encima se hacen las ofendidas…

Pero si hay un momento peliagudo de estas ocasiones es el momento de la despedida. Este sábado tenía pensado abandonar la celebración temprano, habiendo cumplido con mi deber de hija. Sin embargo, cuando intenté despedirme mi madre hizo uso de su mejor interpretación: ojos tristes, medio puchero y su frase favorita “¿pero ya te vas? Si apenas te he visto...” en fin, que me pilló un poco débil y tuve que quedarme un par de horas más, con el consiguiente sufrimiento por mi parte. Y es que reconozcámoslo, por mucho que queramos a nuestros padres, a veces son agotadores.

El mejor momento del día fue sin duda cuando mi abuela me preguntó si me había hecho algo porque parecía una niña. Sé que lo dijo porque la pobre mujer cada vez ve peor o quizá porque tenía las gafas muy sucias pero, obviando ese pequeño detalle, ese comentario hizo que la reunión familiar mereciera la pena.

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