martes, 5 de julio de 2011

Rebajas


No sé si es que me estoy haciendo mayor pero las rebajas cada año me parecen una chufa más grande. Empieza a darme un poco de pereza recorrer tiendas llenas de gente para pagar 70 euros por algo que antes costaba 80 (eso no son rebajas señores, que alguien se lo diga a Amancio Ortega). Aún así, este año he repetido estrategia y me planté el primer día dispuesta a darlo todo para conseguir múltiples gangas. Ante la primera cola y el primer montón de ropa descolocada me vine abajo, ya no tengo edad ni paciencia para pelearme con estas señoras por unas camisetas. El resultado: vuelta a casa con las manos vacías.

Dado que estamos en la era digital decidí optar por la compra on line, mucho más cómoda y sosegada, pero una vez más me llevé un chasco. No encontré ni la mitad de las cosas que había en la tienda, la mayoría estaban agotadas y de lo que me gustaba, por supuesto, no quedaba mi talla.

Creo que, en general, ha decaído bastante el espíritu rebajil español. Este año no he visto en los telediarios como centenares de señoras entraban en el Corte Inglés con los ojos inyectados en sangre dispuestas a dejarse las pensiones en modelitos varios mientras sus maridos les sujetan el bolso en una esquina con cara de ajo. Será por la crisis o porque hace tanto calor que no apetece ni salir de compras pero yo no pienso hacer ni un intento más.

Las "entendidas" dicen que hay que esperar a las segundas y terceras rebajas, que es cuando se encuentran las gangas, pero yo creo que nos la dan con queso... De repente, sin saber cómo aparecen en las tiendas decenas de prendas nunca antes vistas y de calidad dudosa y nos lanzamos como tontos a por ellas porque alguien dice que antes costaban el doble.

Lo siento, pero estoy mayor para rebuscar en un montón de ropa y que la señora de al lado me ponga mala cara si cojo lo que ella estaba mirando, para que las amables dependientas me digan una y otra vez "lo que hay fuera" con su delicado tono de voz cuando les pregunto si tienen mi talla y para que al llegar a casa me dé cuenta de que la mitad de lo que he comprado no me vale y que la otra mitad no tenía descuento. Decidido, las rebajas ya no son para mí.

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