jueves, 25 de agosto de 2011

Precios clandestinos


Como la mayoría de la gente, cuando se acerca septiembre empiezo a hacer buenos propósitos para el nuevo “curso”. Una vez más, apuntarme al gimnasio está lo primero de la lista pero, esta vez, no sólo ha quedado en una idea utópica que vaga por mi cabeza sino que he dado un paso más y he empezado a tantear los precios de los gimnasios de la zona. En el primero de ellos se han reído de mí cuando he preguntado si tenían alguna oferta; pues no sé, debe ser que el deporte no está en crisis. En  el segundo me han dicho que no podían informarme del precio por teléfono porque tenían tantas tarifas que es complicado, ni que fuera movistar... En el tercero, la misma canción, nada de precios por teléfono, esta vez, por política de la empresa, toma ya! 

Pues si pretenden que pierda un día entero yendo de gimnasio en gimnasio para que luego me dé cuenta de que no puedo pagar la cuota de ninguno van listos. Sinceramente no entiendo eso de no dar los precios por teléfono, ¿creen que si voy allí y me piden 90 euros al mes me van a convencer mejor que por teléfono? No le encuentro sentido, la verdad. 

Eso mismo me ha pasado hace poco solicitando información por mail para un curso; me llamaron amablemente para informarme y yo, por supuesto, lo primero que pregunté fue el precio, porque si se sale de mi presupuesto ya puede estar avalado por el Doctor Spock que a mí me da lo mismo. Pues bien, la chica que me llamó intentó convencerme para concertar una cita para una entrevista en la que me informarían ampliamente de sus cursos y juntos encontraríamos el que mejor se adaptara a mis necesidades, pero no comentó nada de adaptarse a mi bolsillo. Lo que me faltaba, aguantar una charla de una hora para que me vendan un curso. 

Esto me recuerda cuando en el colegio a nuestros padres les invitaban a agradables charlas en las que intentaban colocarles una enciclopedia infantil o alguna chorrada semejante prometiéndoles que con ese material sacaríamos unas notas inmejorables (que habrá sido de esa pobre gente tras la aparición de Internet). Pero aguantar esas charlas no era gratuito, podías sacar a cambio un balón de fútbol y hasta un chándal. 

En mi colegio, concretamente, nos pasamos un par de años llevando el mismo chándal gris con un sol amarillo que habíamos conseguido gracias al aguante estoico de nuestros padres ante un insistente vendedor. Los que llevábamos ese chándal gris nos sentíamos orgullosos y nos reíamos de algún que otro pringao que había hecho pagar a sus padres por uno de Adidas cuando estaba claro que el que estaba de moda era el de propaganda. ­­

No hay comentarios:

Publicar un comentario