Reconozco que soy una pringada. Cuando me llega un mensaje, un mail, o una amiga me habla de una venta privada de un diseñador de éxito, me emociono pensando que por cuatro durillos podré hacerme con ese espectacular modelito digno de los Oscar y que nunca encontraré ocasión de ponerme. Sin embargo, lo que te encuentras en ese piso clandestino del centro de Madrid son restos de tallas minúsculas o enormes de prendas de difícil calificación.

Sin embargo, ya que has ido, terminas comprándote una camiseta horrible por 30 euros (aunque no vale más de 10) que se suponía antes costaba 80 y está diseñada por un moderno de esos. En fin, desastre absoluto.
Esta tarde sin ir más lejos me han invitado a una venta privada de zapatos de Manolo Blahnik. Sí, tiene muy buena pinta, mis primeros manolos, qué ilusión… Probablemente sólo queden tallas 36 (no sé por qué siendo tan bajita mis pies siguieron creciendo, maldita sea!) de algunos modelos que no regalarías ni a tu madre. Pero en estos casos, no sé que nos pasa (o que me pasa a mí) que dejamos de ser racionales y sólo pensamos en que antes eran carísimos y ahora son un poquito menos caros ¡qué oportunidad! Yo todavía tengo en el armario sin estrenar un jersey de mi última venta privada, no diré la marca, pero parece un pijama, no sé como me engañaron de esta manera…
En fin, iré a la venta de Manolo Blahnik e intentaré ser sensata y sólo comprar si realmente merece la pena. ¿Lo conseguiré? probablemente no… es que… unos manolos son unos manolos!
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