jueves, 2 de junio de 2011

El buffet

Es curioso como, por poco hambre que tengas, si vas a comer, desayunar o cenar en un buffet (o bufé, en castellano…) se despierta la fiera que hay en ti y arrasas con la mercancía. Creo que es consecuencia de que el pequeño roñoso que todos llevamos dentro nos obliga a intentar amortizar el precio y, si puede ser, que el propietario del buffet pierda dinero.

Así, nos da la sensación de ser los más listos, “pobre pringao, por los 9,95 del buffet nos hemos puesto hasta arriba”. Lo que no nos planteamos es que quizá todo lo que nos hemos comido le ha costado a ese buen hombre unos 3 o 4 euros, así que a ver quién es el pringao.

Con el buffet que más disfruto es con los desayunos de los hoteles. Normalmente me levanto tarde y sin hambre, pero cuando estoy en un hotel con desayuno buffet incluido, mi despertador interno suena temprano y allí estoy la primera para tostarme un poco de pan, coger algo de fruta, un par de bollos y unos cereales para acompañar el yogurt. Incluso, a veces me arranco con los huevos y las salchichas en plan guiri. Pero lo peor es que todavía nos quedan ganas de hacernos un pequeño bocadillo de jamón y queso y envolverlo con una servilleta para sacarlo de estraperlo y decimos sin dudar, “esto para media mañana”. Pero, ¿cómo que para media mañana? Si cuando terminamos de desayunar son las 11.30 y salimos como bolas casi rodando…

En fin, que somos unos ansias y que un buffet es para muchos, entre los que me incluyo, la excusa perfecta para comer como una cerda sin que nadie te mire mal porque hay que amortizarlo… Si la vida fuera un buffet nos pasaríamos el día cogiendo de todo, aún sin necesitarlo y escondiendo mini bocadillos de jamón y queso en los bolsillos, qué bonita metáfora me ha salido…

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