Este fin de semana he estado en Ikea, esa cadena sueca de muebles con nombres impronunciables, y una vez más he sido testigo de un extraño suceso. No sé si os habéis dado cuenta, pero mires donde mires, da igual si estás en la sección de baños o en la de iluminación, en todas partes hay una pareja discutiendo. “Esta mesa no nos cabe en el salón”, “no te enteras de lo que nos hace falta”, “eso es horrible”, “no, no nos vamos todavía”, “que me des el metro”...

De todas formas, si discuten en la tienda, ¿qué ocurrirá cuando llegue el momento de montar el mueble? No quiero ni pensarlo; una minúscula llave allen, unos cuantos tornillos y decenas de tablas... esa noche alguien duerme en el sofá seguro. Y es que estoy convencida de que más de una pareja se ha roto por culpa de Ikea, de hecho, según las estadísticas, desde su llegada a España ha aumentado el número de divorcios y ha disminuido la natalidad. Pero claro, después de tres horas para montar a la perfección una estantería Billy con sus puertas de cristal, a uno no le quedan ganas de nada.
Otro tema aparte son las parejas que llevan a los niños. Con sus calcetines de hilo calado y sus vestidos de los domingos, recorren los pasillos gritando y destruyendo lo que encuentran a su paso mientras sus padres intentan medir una mesa de comedor. Esa familia vuelve a casa con el morro hasta el suelo y los niños castigados hasta el 2014.
Así que si quieres a tu pareja y quieres que te dure mucho tiempo, te recomiendo que no le pidas que te acompañe a Ikea y mucho menos que te ayude a montar los muebles, porque puede ser lo último que hagáis juntos. Tú decides, o una casa repleta de mesas Lack, sillones Poag, dormitorios Birkeland y armarios Godmorgon, o una relación feliz. Lo sé, la decisión es difícil.
Por cierto, feliz día de los enamorados.
jjajajaaj, muy bueno!!!!! Toda la razón del mundo!!!
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