Con la excusa de que ahora se puede comer en el cine (por lo menos en el que voy yo) cada vez que voy a ver una película me toca sentarme al lado de alguien con nachos extragrandes y el cubo XXL de palomitas. Hombre, a mí también me gusta comer palomitas en el cine pero si no sabes masticar con la boca cerrada y sin hacer ruido creo que deberías optar por ver un DVD en casa.

Ésta es la prueba de que muchos de nosotros si nos dan la mano cogemos el brazo entero. Que se puede llevar comida al cine, pues todos con las tortillas y los pimientos en un tupper. Es como cuando le dices a un amigo esa frase hecha española tan bonita “estás en tu casa” y de repente se levanta a ver lo que tienes en la nevera, o lo de “cuando vayas por Madrid, llámame” y vaya si te llama… ¿Por qué seremos tan bocazas? Yo, que tengo el don de la inoportunidad, he perdido varias amistades por hacerme la simpática. “Si necesitas ayuda para la mudanza llámame”, “si quieres que me quede un día con el niño me dices” “voy a comprar, si necesitas algo…” Y una vez que te has ofrecido ¿cómo das marcha atrás? Por mucho que lo intentes te han pillado, y ellos lo saben. Durante ese año te pasas todos los fines de semana pringando en mudanzas, cuidando a los niños de tus amigos y haciéndoles la compra, mientras lo único que quieres es ir al cine a comerte una hamburguesa.
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