viernes, 6 de mayo de 2011

Empatía del acento

Probablemente no soy la única a la que le pasa esto pero sí a la que le pasa en menos tiempo. Soy capaz de cambiar inconscientemente de acentos según donde o con quién esté. Es normal que gente que ha vivido fuera durante varios años termine con un ligero acento del país donde ha estado. Pero que en cuestión de minutos tu acento mute en función de dónde o con quién estés… ya no es tan normal. ¿Será solidaridad con el acento del prójimo, empatía o falta de personalidad?

La semana pasada, estuve en Barcelona por trabajo con unas compañeras catalanas, y de repente me di cuenta de que parecía del mismo Reus haciendo uso a la “perfección” de mi recién aprendido acento catalán. Mientras volvía en el ave reflexioné sobre el ridículo que había hecho y sobre las muchas veces que he hecho lo mismo.

En mis últimas vacaciones en Galicia terminé con más acento gallego que Fraga, y no digo nada de mi viaje a Portugal, aunque allí mi acento tenía unos toques brasileños mucho más exóticos. ¿Por qué se nos pega (o se me pega) el acento tan rápido? Seguro que Eduardo Punset diría que son las ganas de pertenencia al grupo, pero yo creo que en mi caso es pura estupidez. Estoy convencida de que a los que plagio el acento se dan perfecta cuenta de que soy forastera, con lo que más que pertenencia al grupo estoy pidiendo a gritos algún que otro insulto.

De verdad, es sin querer, no puedo evitarlo, es oír un acento y olvidarme de mis raíces. Tuve una compañera colombiana durante un tiempo y cuando hablaba con ella parecía uno de los personajes de Pasión de Gavilanes.

Me pregunto que pasaría si un día decidiera (así, de repente) asistir a una reunión de la ONU, ¿por qué acento me decantaría? ¿Saldría de allí con vida?

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