miércoles, 25 de mayo de 2011

Los bollos de mi madre

Llevo una temporada pensando que mi madre quiere cebarme. Eso o que está encantada con su nuevo batidor de masas, porque cada vez que nos vemos aparece con dos enormes bizcochos caseros para que me alimente en condiciones.

Este fin de semana, se me ocurrió la brillante idea de invitar a mis padres a comer a casa y, por supuesto, la visita vino con bollo. Como me da pena que se estropee, me estoy atiborrando de dulce y ganando kilos sin cesar sabiendo que el domingo, en el cumpleaños de mi abuela, también habrá bollos, sobrarán y me “obligarán” a llevármelos a casa. Vuelta a empezar.

Hay dos tipos de madres: las que se pasan la vida diciéndote que no comas tanto que vas a engordar y te crean un complejo tremendo, y las que te por mucho que comas siempre te ven esquelética. La mía es del segundo grupo. Creo que si un día aparezco con tres tallas más me preguntará si me pasa algo, que estoy más delgada. Mi abuela, sin embargo, es sincera como los niños y los borrachos. El otro día se me quedó mirando muy de cerca (es lo que tienen las cataratas) y me dijo que estaba más gorda, así, de repente y sin avisar. Ante mi ofensa, me dijo que eso era bueno, que parecía más “sanota”, pero no me convencieron sus argumentos.

Estoy pensando en decirle a mi madre que he desarrollado una extraña alergia a sus bizcochos, para así poder poner un poco de orden en mi dieta. El problema es que si no puede hacerme bollos optará por otra cosa y puede que se presente con pollos asados y ensaladilla rusa. ¿Por qué todas las madres tienen la necesidad de alimentarnos (o cebarnos)? Sí, es cierto que comemos mal y que mi especialidad culinaria más destacada es el sándwich de jamón y queso…Aún así, he decidido renunciar al bizcocho materno y con ello a la obesidad. Eso sí, tendré que comerme el de chocolate que tengo en casa; no es que quiera, pero sería una pena que se estropeara…

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