miércoles, 20 de abril de 2011

Viajar en tren es un placer


Llevo un par de días de sequía blogueril, no porque esté de vacaciones sino por exceso de trabajo. Hoy, por ejemplo, mi despertador ha sonado a las 5 de la mañana porque tenía que coger un tren a Barcelona muuuy temprano. Ingenua de mí, preferí el tren porque durante las 3 horas de placentero viaje podría dormirme a plena satisfacción y llegar a mi destino contenta y descansada. Lo que no sabía es que los elementos se pondrían en mi contra. Nada más sentarme, ya acomodada para echar una cabezadita, las jotas aragonesas del hilo musical me han desvelado. Amigos de Renfe, es hora de modernizarse.

En fin, cuando las jotas han cesado, una pareja de ciudadanos chinos, en los asientos contiguos, han decidido escuchar uno a uno todos los tonos de sus móviles, canciones que me resultaban familiares pero que eran interpretadas por un cantante chino de dudoso talento. Juraría que he escuchado Bulería buleria, de Bisbal, en el idioma mandarín. Al minuto de apagar el móvil, el chino ha caído en un sueño profundo y un ronquido mortal, de esos ronquidos un poco espeluznantes que parece que vienen de ultratumba.

Entre eso y la conversación de los dos "empresarios" que tenía detrás, que iban decidiendo en que mes del año sería mejor despedir a unos cuantos empleados (una conversación preciosa), finalmente he asumido que no iba a pegar ojo en todo el viaje.

A la vuelta, ya no me han pillado, no me he hecho ilusiones con una posible siesta y directamente he sacado el libro, me he comprado una revista y me he puesto los cascos para ver la película, nadie podría estropearme el viaje... Ilusa. En esta ocasión algo terrible me esperaba a la vuelta de la esquina... un niño!! Me han colocado en una de esas mesas para 4 personas y casualmente mi compañero de enfrente era un repelente niño de 11 de años y el de al lado un señor mayor que olía a rancio y que llevaba una camiseta tan corta que cuando se ha estirado para colocar su maleta me ha puesto sus pechos en la cara; creo que era su abuelo aunque la criatura le llamaba Antonio, serán muy modernos.

El simpático niño me ha dado unas 250 patadas durante el trayecto, no ha parado de hacer preguntas y se ha comido un bocadillo de lomo de medio metro en mis narices mientras yo engañaba al hambre con una galleta, maldito niño. Cuando ha terminado la película, aun a una hora de Madrid, la criatura se aburría y a su abuela se le ha ocurrido la brillante idea de jugar a las palabras. Una hora entera escuchando al angelito hacer trampas y canturreando a voz en grito cientos de palabras inventadas. No sé por qué pero me han entrado de repente unas ganas irrefrenables de asesinar. Afortunadamente he conseguido contenerme y llegar pacíficamente a casa donde, por fin, he podido dormir a gusto; está claro que como en casa no se está en ningún sitio. Felices vacaciones a todos!

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